El triunfo en Wembley no va a aliviar ninguno de nuestros problemas, pero puede influir en el estado de ánimo del país para que hagamos la tarea del presente con optimismo y certeza de que el trabajo bien hecho rinde frutos.

Necesitamos una mentalidad que nos devuelva la confianza en que no estamos condenados a la violencia, al bajo crecimiento económico, a la educación mediocre y a la desigualdad.

En muchos sentidos estamos ahora mejor que antes. Y no porque antes los gobernantes fueran todos ineptos e irresponsables, aunque algo hay de eso.

Desde 1982 a la fecha el país ha cambiado. Cada uno de los gobiernos ha hecho su mejor esfuerzo, con aciertos y errores, pero hoy no nos da pulmonía cuando tosen en Europa o Estados Unidos.

La autonomía del Banco de México ha desligado la relación peso-dólar de la inflación. Ya no hay macrodevaluaciones. Somos de los principales destinos mundiales de inversión extranjera y la clase media es cada vez más numerosa.

Estados Unidos no nos comió con el Tratado de Libre Comercio, y de tener una balanza comercial deficitaria con el gigante del norte, ahora la tenemos con superávit muy por encima de los cien mil millones de dólares anuales.

Nada de lo anterior es producto de la casualidad. Hay trabajo que rinde frutos.

Desde luego que hay problemas por resolver. La falta de empleos de calidad, la violencia criminal desbordada, la educación deficiente que recicla la desigualdad. Sí, pero eso tiene solución.

El punto está en encarar los retos con espíritu ganador. Claro que podemos. Y no hacer como el sábado hicieron en Wembley los defensas brasileños Rafael y Juan, que se dieron empujones y casi llegan a los golpes a medio partido a pesar de jugar en el mismo equipo.

Nos abruma el derrotismo en los quehaceres internos.

Nos aturden las voces que nos dicen que no podemos, y nos tienen dándonos de pechazos unos a otros cuando el rival se encuentra en otro lugar.

El sábado, el gran cronista español Ramón Besa escribió en El País que en México, a la hora de personalizar, “no hay nadie capaz de competir con Neymar”.

Pues resulta que sí lo hubo. Y fue un chico de apellido Jiménez que prácticamente lo anuló por la banda izquierda, y cuando el astro (inflado por la publicidad) del Santos de Brasil llegó al área se encontró con Corona.

Ese resultado ante Neymar, Marcelo, Thiago Silva, Damiao y compañía no fue obra de la casualidad. Ya se había ganado la Copa Oro y un par de mundiales juveniles. Hay trabajo y camino andado.

Así es en el futbol, en los países y hasta en la vida de las personas. No hay atajos: cuando se trabaja bien se superan obstáculos y se cosechan frutos. Claro, para eso se necesitan perseverancia y una actitud positiva, que es lo que nos han demostrado.

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